Ha sido un mes de agosto duro y el comienzo de septiembre no está siendo mejor para todos los que nos dedicamos a esto de los mercados financieros. El miedo a un descalabro de la economía china ha provocado una corrección muy significativa de los activos de riesgo y ha hecho también que los tipos de interés a largo plazo en muchos países se hayan situado en niveles sólo compatibles con un período largo y penoso de bajo crecimiento y de potencial deflación global.
No es que nos guste llevar la contraria, pero desde Alinea creemos que no es precisamente ese el escenario al que nos enfrentamos. Las principales economías desarrolladas se encuentran en mucha mejor forma que en pasados ejercicios: el crecimiento en Estados Unidos está consolidado, con los salarios empezando a repuntar ligeramente y cerca del pleno empleo; Europa va a crecer y lo va a hacer con ganas gracias a la suma de shocks positivos (tipos bajos, petróleo barato, euro débil, políticas fiscales más expansivas, crédito…); Japón está dando síntomas de mejora de cara a los próximos trimestres. Sólo una (poco probable en nuestra opinión) desaceleración abrupta de la economía china, podría hacer peligrar el devenir económico de las principales economía ricas del planeta.
Pero si todo está tan bien, ¿Por qué hemos visto lo que hemos visto este verano? La “culpa” hay que echársela a China o, más bien, a los miedos sobre China. Es cierto que el gigante asiático (que ya es la segunda economía mundial) se encuentra inmerso en un proceso de desaceleración estructural; es cierto que las autoridades locales han acumulado mucha deuda en los últimos años; es cierto que el sector inmobiliario está pasando por problemas; y es cierto también, por supuesto, que son varios los sectores industriales donde el exceso de capacidad productiva sigue siendo alarmante.
La pregunta clave es; ¿Son las razones anteriores suficientes para considerar como lo más probable una desaceleración abrupta de la economía china que no sólo afecte a los chinos sino que sea de tal magnitud como para descarrilar el devenir de unas economías desarrolladas que cuentan con los mejores fundamentos para crecer a corto plazo que se han visto en los últimos años?
Nosotros creemos que no. Con todos sus problemas, China está dando pasos en la transformación de su modelo productivo, con el consumo privado ganando peso de forma importante por el lado de la demanda, con el sector servicios haciendo lo propio por el lado de la oferta; y con los sectores industriales de mayor contenido tecnológico comenzando a tomar el relevo de los segmentos más tradicionales y más aquejados por el exceso de capacidad productiva.
¿Significa esto que China no tiene ningún problema y que va a seguir creciendo a tasas similares a las del pasado? No, por supuesto que no. Pero sí invita a pensar que el escenario más probable para este país no es el de colapso sino más bien el de una desaceleración progresiva, como de hecho les ha sucedido a todos los países a medida que han ido avanzando en su desarrollo económico.
Por lo demás, conviene no olvidar que las autoridades chinas son probablemente las que más capacidad tienen en todo el mundo para llevar a cabo políticas monetarias y fiscales contra cíclicas, como de hecho están haciendo. En efecto, a diferencia de lo que ocurre en buena parte del mundo desarrollado, las autoridades monetarias pueden todavía bajar los tipos de interés, porque se encuentran relativamente lejos del 0%. Además, y pese a que la deuda del país no es baja en términos brutos, lo cierto es que China es el acreedor neto del resto del mundo, lo cual significa que tiene muchas reservas que gastar antes de tocar retirada.