Una vez que el inversor ha definido su perfil de riesgo, el siguiente paso consistirá en definir qué táctica tomar para obtener rentabilidad de la inversión. Para ello, existen varios tipos de estrategias, lo que hará que determine el tipo de gestión a seguir.
Tales estrategias se pueden dividir en dos grandes bloques: la gestión activa y la gestión pasiva. Entre los partidarios de adoptar un tipo de gestión u otra se genera un gran debate de importante relevancia en el ámbito de los fondos de inversión.
La gestión pasiva de un Fondo de Inversión se limita a replicar el comportamiento de un determinado índice bursátil o benchmark, como por ejemplo S&P o el IBEX 35. Los resultados de este tipo de gestión deberán ser iguales a los que obtenga el índice de referencia. Estos índices se elaboran a través de una serie de criterios como capitalización, facturación, etc.
Una de las grandes ventajas de los fondos de gestión pasiva es que los costes son más reducidos. Procuran que los inversores tengan una gran diversificación a bajo coste, por lo que al mantener las acciones según el índice de referencia, se reducen los gastos de transacción. Los gastos de gestión también son menores porque no necesitan un departamento de análisis o un equipo de gestores (a diferencia de lo que ocurre con los fondos de gestión activa, que requieren de un equipo de gestión y eso conlleva a que las comisiones sean más altas).
Pero el que exista un equipo de profesionales supone una gran ventaja para el inversor, puesto que se encargan de vigilar y cuidar su inversión. Así, si la táctica escogida no funciona según lo planificado, el equipo de gestión cambiará de estrategia de modo que se alcancen los fines perseguidos.
Los Fondos de gestión activa permiten que uno o más gestores se encarguen de la gestión del fondo; con la labor que realizan consiguen mejorar los resultados de un benchmark de referencia, ya sea por selección de activos, alfa pura, sobreponderación o infraponderación de la inversión de la cartera frente a su índice, o bien, por el mayor o menor peso de los valores que componen el índice, es decir modulando la beta de la cartera.
Las dos técnicas más usadas en los fondos de gestión activa para batir a sus benchmark son el “top-down” o de arriba hacia abajo y el “bottom-up” o de abajo hacia arriba.
Los gestores top-down, trabajan con grandes magnitudes macroeconómicas, como tendencias demográficas, evolución del PIB, etc. En base al análisis de la situación actual de los mercados y de las posibles tendencias futuras, deciden la distribución de activos para el fondo.
Por el contrario, a los gestores bottom-up no les importa tanto los factores macroeconómicos, sino que estudian la realidad concreta de las compañías que están bajo su seguimiento mediante la lectura de sus informes anuales, estados contables, etc. y, una vez que conocen con detalle los resultados de las compañías y las encasillan a la perspectiva que ofrecen los mercados, intentan adivinar qué comportamiento puede esperarse del precio de sus acciones.
Como conclusión, el debate entre la elección de un tipo u otro de gestión siempre va a estar reñida en el sector. Lo que sí está claro es que el inversor no tiene por qué invertir en un fondo de inversión de gestión pasiva o de gestión activa ya que ambas modalidades son perfectamente compatibles.