A principios de los años ochenta se popularizó una canción llamada Video Killed the Radio Star (‘El vídeo mató a la estrella de la radio’), del grupo The Buggles. Habla del fin de una estrella de la radio, eclipsada por el reciente auge del vídeo y las nuevas tecnologías. De manera similar, han surgido en los últimos tiempos, al margen de los tradicionales bancos, otras formas de conseguir recursos para llevar a cabo proyectos; hablo, en concreto, de la financiación colectiva (o crowdfunding). La Wikipedia la define como «la cooperación colectiva llevada a cabo por personas que realizan una red para conseguir dinero u otros recursos». Pero ¿por qué nace? ¿Qué modalidades hay? ¿Acabará este nuevo sistema de financiación con los bancos de siempre, así como el vídeo acabó con la radio en la canción de The Buggles?

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La aparición de mecanismos alternativos de financiación tiene su origen en la crisis, que ha dejado una huella de desconfianza en el sistema financiero. Los bancos han soportado tasas de morosidad que no figuraban ni en sus peores escenarios y que han erosionado su confianza en los clientes, lo cual ha provocado que el acceso al crédito sea más difícil y caro. A su vez, los ahorradores se han sentido traicionados al invertir en productos aparentemente seguros que han resultado no serlo tanto, y buscan alternativas de inversión. Así las cosas, el fenómeno de la financiación colectiva ha surgido con fuerza, inicialmente para cubrir esta necesidad de confiar, de ser solidarios y de participar en proyectos en los que creemos.
Desde el año 2011, el crowdfunding se ha ido desarrollando y actualmente, en función de la naturaleza del intercambio, se distinguen cuatro tipos:
1) Donación: sin contraprestación, los donantes financian principalmente proyectos solidarios o humanitarios.
2) Recompensa: el mecenas recibe una recompensa a cambio de su ayuda.
3) Inversión: el inversor obtiene una acción de una empresa, una participación o compromisos sobre los beneficios, como contraprestación a su aporte.
4) Préstamo: el prestamista recibe el capital entregado junto con un tipo de interés sobre el dinero, a cambio de su contribución.
En los dos primeros tipos parece claro que el objetivo del donante o mecenas no es otro que apoyar un proyecto. Pero en los dos últimos es muy posible que, además de esto, también se persiga obtener una rentabilidad. La forma del intercambio se torna más compleja, es preciso entender bien el proyecto y sus riesgos, por lo que el acceso a la información, así como su veracidad, son claves. Aunque cada persona es responsable de sus decisiones, para tomar la mejor es imprescindible saber obtener y tratar la información relevante, o buscar el asesoramiento de alguien experto. Y aquí volvemos a la importancia de la confianza: fijar las reglas del juego, manteniendo además el espíritu original de libertad y responsabilidad personal, es ahora el reto; esto implica desarrollar un marco regulatorio claro que defina los derechos y obligaciones de los participantes y asegure que la confianza no se deteriora. En Estados Unidos la normativa está muy adelantada y propone la supervisión de la SEC (Securities and Exchange Commission); en Europa avanza a buen paso.
He participado en la financiación de proyectos a través de plataformas de financiación colectiva en solo dos ocasiones. En ambas el objetivo era grabar un disco; el medio, crowdfunding de tipo recompensa.

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Mi primera vez fue hace unos dos años. Un coro de góspel necesitaba dinero para grabar un disco en directo; no los conocía personalmente, solo los había escuchado. La recompensa que elegí fueron dos entradas para el concierto, más un ejemplar del disco. Las entradas nunca me llegaron, pero el disco sí —casi un año después—, y lo recibí con la ilusión que produce recibir algo que no se espera en absoluto.
La segunda ha sido hace unos meses. Esta vez sí conozco personalmente a la cantante y me siento orgullosa de poder participar en su proyecto (www.yoyoborobia.com). Ha conseguido recaudar la cantidad que se había propuesto y ahora le toca ponerse manos a la obra con la grabación. Lo que me sorprendió fue recibir un mensaje suyo, desde São Paulo (donde vive), en el que me daba las gracias y me preguntaba la talla y el color de camiseta que prefiero. No lo había pensado. Quiero decir, no había pensado que es ella quien, además de componer, buscar los músicos y el estudio, ensayar, maquetar, grabar, montar y diseñar el producto —su disco—, tiene que hacer frente a la gestión administrativa que implica dar respuesta a los compromisos adquiridos con los mecenas. Esto puede ser relativamente sencillo en algunos proyectos, pero ¿qué ocurre en otros más complejos? ¿Es responsable la plataforma del seguimiento de los proyectos? ¿Quién supervisa la veracidad de los datos publicados en la web? ¿Y la viabilidad del proyecto? ¿Qué ocurre en caso de fraude? El tema se empieza a complicar, ¿verdad?
Que el crowdfunding está aquí es un hecho y, en mi opinión, ha venido para quedarse. Entonces, ¿qué va a ocurrir con los sistemas tradicionales? Yo veo vídeos (en su versión tecnológica del siglo XXI), pero no he dejado de escuchar la radio. Así, al igual que el vídeo no ha matado a la estrella de la radio, tampoco creo que el crowdfunding acabe con los bancos. La convivencia es posible.
Nota para curiosos:
https://www.youtube.com/watch?v=Iwuy4hHO3YQ
http://www.forbes.com/sites/chancebarnett/